LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator; LIBRO SÉPTIMO Capítulo primero, La primavera del
movimiento, (1928 -mayo a diciembre) VIENE DE LA ANTERIOR
Lanzo sobre las tropas muy bien defendida naturalmente y que contaba con la artillería del Cañonero Progreso. Estas tropas estaban integradas por el Primer Regimiento, que mandaba el mismo Bouquet, el Regimiento del general Michel, parte del escuadrón michoacano, a las órdenes del mayor Anatolio Partida, fracción del Segundo Regimiento de Colima, al mando del mayor Candelario B. Cisneros, la misma escolta del general Degollado, al mando del mayor Rafael Covarrubias y algunas más.
Unas cuatro o cinco horas llevaban de rudísimo combate, cuando aquellos cristeros fueron auxiliados por el Quinto Regimiento al mando del general Lucas Cueva y el propio general Degollado con su E. Mayor que, haciendo derroche de valor, al igual que los primeros, fueron arrebatando, palmo a palmo, el puerto al enemigo, a pesar de la desesperada resistencia de éste y del continuo bombardeo del cañonero. Hubo un momento en que los callistas tocaron a rendición y el cañonero enfiló hacia la salida de la bahía. La plaza entera estaba en poder de los libertadores y el enemigo huía derrotado.
Y fue en estos precisos momentos cuando se presentó, sin esperarlo los soldados cristeros, un tren callista procedente de Colima, pletórico de soldados, al mando del general Heliodoro Charis, Jefe de Operaciones Militares en el Estado.
Entonces la situación de los cristeros fue en extremo terrible. Con la llegada del tren militar, quedaron divididos en dos partes y aislados los unos de los otros; más aún, un grupo considerable de soldados del general Lucas Cueva, quedaron completamente copados: los soldados callistas de Charis, que acababan de llegar, estaban a su frente; la laguna, por la derecha; el mar, por la izquierda y los callistas que habían huído y ahora retrocedían con nuevós bríos, por la espalda.
La carnicería fue horrible. En los primeros momentos de nueva y crudísima lucha perecieron muchos de los federales, pues éstos, al ir saliendo del ferrocarril, en gruesos grupos y precipitadamente, presentaban blanco con todo el cuerpo. Mas luego se adueñaron de la situación y se entabló formidable batalla que dejó las calles sembradas de cadáveres. Hubo escenas de muy alto heroísmo y de grandioso valor cristiano. El general Lucas Cueva, copado al pie de la montaña con unos 45 soldados, luchaba con bravura de león acosado. Alrededor de la casa que le sirvió de baluarte, quedaron los callistas muertos en gran número; pues iban pereciendo sin remisión a medida que se acercaban, hasta que se puso fuego a la casa, última morada terrena de aquellos bravos cristeros, pereciendo casi todos ellos. Entre éstos estaban los hermanos José y Luis Sahagún, teniente coronel y mayor, respectivamente, el mayor José M. González y el capitán Onésimo Ortiz.
Otros varios libertadores fueron tomados prisioneros y preferían y pedían la muerte, antes de que se les considerase como rendidos. Ante aquella fuerza inesperada y superior, y cuando ya era imposible la resistencia, el general Degollado ordenó la retirada, no sin haber dado, en aquella memorable jornada, una palpable prueba de intrepidez y fe.
Continuará
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