LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
!FALLECEN EL GRAL DIONISIO EDUARDO OCHOA Y EL CORONEL ANTONIO VARGAS¡
¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!Viene de la edición anteriorSpectador, finaliza libro 5 capítulo 7
El Gran Dionisio era, al par que su fervor filial a la Virgen, como fiel congregante mariano, el deber que a sí mismo se había marcado de que por ninguna circunstancia el Rosario de María se dejase de rezar en su campamento.
Sobre los altos fresnos del campamento, cuando el cuerpo fue sacado de la capilla, principiaba a brillar, anunciando el nuevo día el lucero del alba.
Tres cuartos de hora más tarde, expiró su hermano de ideales y de luchas el coronel cristero Antonio C. Vargas.
Los cuerpos de ambos jóvenes, por insinuación apremiante de J. Trinidad Castro, hermano de ambos en los ideales de la A.C.J.M., no se sepultaron luego, sino que fueron tendidos en el suelo, sobre humildes petates de tule, a la sombra de los encinos del campamento del capitán Ramón Cruz, allí mismo en la Mesa de la Yerbabuena, y ante ellos, llorosos y devotos, desfilaron los soldados libertadores; soldados que aquellos héroes habían agrupado alrededor de la Santa Bandera y a quienes ellos habían obedecido, no sólo con la sumisión del inferior a su jefe, sino con el amor del hijo a su padre.
Eran las diez de la noche, noche singularmente helada para los cuerpos y las almas, cuando los cristeros, ordenados y silenciosos, con velas encendidas en las manos y en larga caravana, conducían los restos de sus amados jefes para darles cristiana sepultura. Los sepulcros se cavaron, allí mismo, en la Mesa de la Yerbabuena, en un pequeño cementerio que sobre una pequeña colina se preparó.
Veinticuatro horas más tarde, el día 14 por la noche, principió a agonizar Sara Flores Arias, y con gran placidez expiró en la madrugada del 15. Dos veces recibió, así moribunda, el Cuerpo de Jesús, Rey Eucarístico, en las mañanas de los días 13 y 14.
Así terminaron su vida aquellos infatigables luchadores cristianos.
Sus sepulcros fueron desde esas fechas objeto de veneración, en especial el de Dionisio Eduardo Ochoa, y sus soldados principiaron a asegurar, desde luego, haber obtenido, invocándolo, grandes favores del Cielo. Su nombre lo siguieron repitiendo con entrañable afecto y veneración.
Finaliza libro 5 capitulo 7.
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