LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo Octavo La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre), sigue “Rabia Anticlerical y Viaje Difícil”
Viene de la edición # 535 Cap Octavo.
EN LA LOMA DE LA GALERA
El sitio escogido fue La Galera, el lugar donde diecisiete meses hacía acamparon los cristeros de Caucentla después de la huida trágica del mes de abril.
La Galera había sido una pequeña ranchería que había existido, ya casi al pie de los volcanes, sobre la cresta de la cuchilla que, naciendo en el Río Armería, pasa por San José del Carmen y luego, dando vuelta hacia El Borbollón, sube a la alta sierra del Nevado, formando parte del llamado Cerro Prieto, cuyo nombre le viene del color verdi-negro de su bosque casi virgen de pinabetes.
Entre El Borbollón y La Galera hay, a lo sumo, de dos a tres kilómetros de distancia y, al pie de La Galera, con la cresta de la loma que quiebra en aquel lugar, se forma una especie de semicircunferencia o herradura que encierra una suave hondonada. Por en medio de ésta y paralela al filo de aquella larga loma, iba la vereda por la cual tendrían que pasar los caminantes, una vez salidos del barranco. Casi toda esta planicie de la hondonada está cubierta de menuda yerba y no se encuentran sino algunos pequeños lugares aislados en que ésta crece apenas un poco más. Únicamente en las orillas, a las faldas de la cuchilla y sobre ella, hay arbustos y zarzas. Pues bien, tras esas zarzas y arbustos, parapetados y escondidos, se distribuyeron los cien soldados callistas para esperar a sus víctimas, que humanamente no tendrían posibilidad de escapar.
Como el lugar de por sí es muy peligroso y todos así lo consideraban, más aún por la proximidad del pueblo de S. José, donde había destacamento callista, al llegar allí, ofreció el coronel Verduzco al Padre Capellán, como medida prudente, el irse él con los soldados que le acompañaban, por una vereda que sube directamente a las crestas de la loma, para así tomar ellos el filo y resguardar el paso de la corta caravana a través de la hondonada.
EL ATAQUE INESPERADO
Tomaron los tres la empinada vereda, y el Padre, con sus familiares, salió al paraje abierto. Habían andado un poco, cuando sonaron unos tiros en la cima, allá hacia sus espaldas. Era la contraseña del enemigo: la hora del ataque había llegado. Al punto, apareciendo en todo el derredor los soldados callistas, empezaron a hacer fuego contra las tres víctimas, que corriendo en sus caballos intentaban salir hacia adelante, porque retroceder, estando tomada la espalda, era más peligroso. Un torbellino de balas caía en derredor de ellos. Nunca en un combate, hacen fuego tantos contra un único blanco, como sucedía allí.
No acostumbradas a tales refriegas, ni la tía ni la hermana del Padre, pronto cayeron de sus caballos y éstos siguieron corriendo. En este momento una bala hirió en una pierna a la señorita Consuelo, y quedaron los perseguidos imposibilitados para continuar su fuga.
Providencialmente había al bordo de la vereda un corto listón de matas de chan y huinares, hierbas un poco más altas, de 60 o 70 centímetros de altura, y tras ellas, tendidos en el suelo, se ocultaron, por el momento, de las miradas de los enemigos.
Entretanto, el coronel Verduzco y sus acompañantes, que subían a la cuesta de la loma, por una vereda directa, empinada y boscosa, pudieron rápidamente retroceder, sin mucho peligro, porque la maleza los defendía, y saliendo a campo despejado, principiaron a hacer algunos tiros contra los atacantes, distrayendo así su atención; pero viendo la inmensa superioridad de los callistas, con agilidad escaparon de su vista y se internaron en el barranco, juzgando que el Padre Ochoa y sus familiares habían alcanzado a salir y se habían salvado.
Continuará OJOS ABIERTOS ... QUE NO VEN
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