martes, 2 de mayo de 2023

Mexico y Colilma a finales de los 70s y principios de los 80s INDISPENSABLES COMPARACIONES 2da parte

MÉXICO Y COLIMA HACIA FINALES DE LOS 70AS Y PRINCIPIOS DE LOS 80AS

Segunda parte
Profr Abelardo Ahumada González

INDISPENSABLES COMPARACIONES.


Durante los sexenios de Adolfo Ruiz Cortínez, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz hubo un periodo de crecimiento económico que, por las características que tuvo, fue conocido como “desarrollo estabilizador” y calificado por la prensa internacional como “el milagro mexicano”. Pero contrastando con eso, en los sucesivos sexenios de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo la política económica careció de los anteriores controles y, habiendo llevado sus respectivas administraciones con un manejo caótico, la herencia que nos dejaron fue un periodo que se caracterizó por una empobrecedora y creciente devaluación del peso, por el incremento de los precios en el mercado interno, por la pérdida de la confianza de la banca internacional y por el activismo pernicioso que tuvieron, desde el interior del mismo gobierno y los bancos nacionales, los apátridas que, habiéndose dedicado a sacar dólares del país, contribuyeron a devaluar más nuestra moneda, obligando a que, ya para finalizar su sexenio, JOLOPO, desesperado, se decidiera a “nacionalizar los bancos”.
Pero si en lo económico y en los macroeconómico los cinco presidentes habían actuado así, en lo político no fueron muy distintos esos cinco sexenios, porque de conformidad con lo que registra esa parte de la historia de nuestro país, la política que manejaba el PRI había sido aplicada desde que PNR (“su abuelito”) se fundó en 1928, y puede que desde antes. Porque tenemos noticia de que similares marrullerías fueron muy practicadas (y hasta con cierta solemnidad), por Porfirio Díaz y los individuos que durante su largo periodo dictatorial operaron, en consonancia con él, como gobernadores de los estados.
No es mi intención, sin embargo, afirmar que todo lo que hicieron los gobernantes emanados del PRI durante las dos décadas que estamos comentando haya sido perjudicial para el país y malo para su gente; ni es mi propósito decir que todos los que desde dicho partido gobernaron las entidades de la república hayan sido corruptos, ladrones o asesinos, pero sí quiero hacer referencia a ciertos aspectos que, aun cuando muchísimos ciudadanos vimos o supimos que ocurrieron durante esa triste época, fueron intencionalmente ocultados por los periódicos y los noticiarios radiofónicos y televisivos. Y sobre esos aspectos quiero comenzar diciendo que:
Desde que el Partido Nacional Revolucionario (PNR) participó por primera ocasión en las elecciones, quedaron evidenciados algunos interesantes detalles: el primero (por mencionar un orden), que consistía en el hecho de que ni a Calles ni a sus colaboradores más allegados les importaba que los grupos locales y/o regionales que reunieron en torno suyo tuviesen diversos orígenes e ideologías; ni que se generara por ello una confusa amalgama de intereses. El segundo, (por seguir ese orden) que para contrarrestar esas diferencias impusieron una rigurosa disciplina de obediencia y sometimiento, bastante parecida a la que casi al mismo tiempo utilizaron en Alemania Adolfo Hitler y los miembros del Tercer Reich, sólo que muy “a la mexicana” y con carácter ranchero, o provinciano. Y el tercero, que Calles y sus gentes estaban decididos a no perder jamás y, que por lo mismo estaban dispuestos a realizar cualquier cosa, incluida, desde luego, la posibilidad de aliarse con los más corruptos, matones y avorazados caciques locales. Como no tan veladamente lo demostró don Agustín Yáñez, culto gobernador de Jalisco, en su novela “La Tierra Pródiga”, en donde describe el comportamiento de algunos de los caciques que, por decirlo así, merodearon en las selváticas costas de aquel estado, antes de que se construyera la carretera que terminó uniendo a Manzanillo con Puerto Vallarta.

UNA PEQUEÑA PERO NECESARIA ADVERTENCIA.

No es presunción ni jactancia, pero siento la necesidad de explicar a los lectores que si no fui testigo de muchos de los hechos a los que me voy a referir, supe de ellos de muy buenas fuentes:
Lo primero que debo precisar al respecto es que como en la época en que fui niño no se desarrollaba aún el imperio de televisión en las casas de Colima, la práctica más común de socialización era que la gente se reuniera a platicar. Y que, siendo mi padre un hombre muy memorioso y buen conversador, solía recibir en casa muchas visitas para esos efectos y, yo, en consecuencia, tuve muchas veces oportunidad de escuchar las charlas que durante largas horas él y sus amigos y familiares sostenían.
Mi papá, cuyo nombre completo era Miguel Ahumada Salazar, tenía en esa época varios años de ser el jefe administrativo de la Cooperativa de Salineros de Colima y el contador de la Cooperativa de Salineros de Villa de Álvarez. Era un lector cotidiano de periódicos, y creo que el único individuo de aquel pequeño pueblo que, tal vez por haber radicado varios años en el Distrito Federal, tenía la suscripción del Excélsior. Periódico al que, por imitarlo a él, yo empecé a leer desde que estaba en tercero de primaria.
Los dos hermanos varones de mi papá eran Felipe y José Ahumada Salazar, quienes habían sido, respectivamente, presidente municipal de Villa de Álvarez y diputado local. El primero se desempeñaba en ese tiempo como gerente del Banco Nacional de Crédito Rural, y el segundo como Receptor de Rentas. Mientras que una hermana de los tres: mi tía Teresa de los mismos apellidos, trabajaba en un juzgado de Colima y era la primera mujer periodista nacida en Villa de Álvarez, y una de las primeras mujeres que realizaron esa función en todo el estado. 
Todos ellos eran primos hermanos de mi tío Carlos Alcaraz Ahumada (quien había sido presidente municipal de Colima, Senador y Gobernador interino de nuestra entidad), de manera que cuando ellos se reunían a conversar no era oportunidad que yo, aun siendo niño, quisiera perderme.
Aparte de lo anterior, aunque con menor frecuencia, solían haber otras tertulias, diríamos, en las que coincidían en las pláticas con otros amigos y paisanos de la misma calle, entre los que por ejemplo estaban don José Gaitán Moreno, periodista también y ex presidente municipal de Tecomán; Luis Jorge Gaitán Araiza, funcionario del Ayuntamiento de dicha villa y Martha Dueñas González, futura presidenta municipal (la primera en todo el estado), de manera que no era cualquier gente la que platicaba. Y no era oportunidad, tampoco, que por ocasional que fuera, me quisiera yo perder de oír “de lejecitos”. Y lo mismo cuando mi papá se reunía con tres de sus más grandes y cercanos amigos: mi tío Pedro Virgen García, expresidente municipal de Villa de Álvarez, y don Graciano Amezcua, y Agapito, su hijo. Todo ello sin mencionar aún las agradabilísimas e interesantes charlas que llegué a oír estando al lado del muy culto “médico cirujano y partero” Nicasio Cruz Carbajal, a quien sentía ser como mi segundo padre.

EL PANORAMA POLÍTICO EN COLIMA.

Colateralmente, y de muchos temas de los que en esas circunstanciales reuniones me tocó enterarme, pude leer después, constatando la veracidad de lo ocurrido:
En ese contexto, y para ya entrar en materia, quiero reiniciar la historia tomando como referencia un escrito de 1954 que aparece en la página 216 del Tomo II, de las “Viñetas de Provincia”, que redactó Manuel Sánchez Silva (expresidente municipal de Colima durante el muy álgido periodo de la Rebelión Cristera, y exdelegado del PNR en nuestra entidad):
“Las elecciones – acotó El Marqués- se ganaban a la buena o a la mala: con la simpatía y la votación mayoritaria de los electores, o con el asalto de casillas y el robo de ánforas. Pero se ganaban”. 
“[Para poder hacerlo, el partido de valía] de líderes o jefes de barrio y municipio, que tenían la responsabilidad de mantener viva la pasión del grupo y de movilizar contingentes... [Mediante]... ‘La Gallera’, nombre con el que se designaba a una especie de fuerza de choque, integrada por fanáticos del partido, siempre dispuestos a jugarse por él la tranquilidad y hasta la vida”.
Veintidós años después, complementando y corroborando esos datos, el profesor, licenciado y periodista, Ismael Aguayo Figueroa, quien también fue diputado local por el PRI, y presidente estatal incluso de dicho partido, en las págs. 152-153 de su “Anecdotario Político Colimense”, publicado en 1976, escribió también: 
“Cada elección para gobernador, para presidente municipal, para diputados locales, planteaba a varias decenas de dirigentes de los partidos y de muchos simpatizantes la necesidad de portar armas. Los puestos políticos no se ganaban con votos, sino con audacia, con arrojo, con asaltos, con robo de ánforas, con secuestros y con gruesos garrotes de palo de hierro, de barcino y xolocuáhuitl, confeccionados por un carpintero que se había especializado en el oficio. Los enfrentamientos a tiros y los homicidios por cuestiones políticas eran parte de la vida diaria del colimense”. 
A mí ya no me tocó ver esas balaceras y esas garrotizas en Colima, pero sí presencié el descarado acarreo de que eran víctimas los obreros y los campesinos y las amas de casa, cuando venían de visita a nuestra capital estatal o a las cabeceras municipales los candidatos del Partido Tricolor, o cuando surgía uno para la gubernatura. Días en que a los pobres no sólo los quitaban de trabajar, y de ganar su escaso sustento, sino que los exponían a dañar su salud o a perder su vida incluso, por tener ellos que transportarse en vehículos que no estaban aptos para viajar por carretera con tanta gente encima. Como lo describió, no sin cierta tristeza, el ya mencionado Aguayo Figueroa en otra de las escenas de su “Anecdotario” (páginas 221-215), haciendo referencia a la persona de un tal Amador Hernández, secretario general de la Confederación Nacional Campesina (CNC), quien, a mediados de 1967, llegó a Colima, para ayudarle, según eso, al Profr. Pablo Silva García en el arranque de su campaña para gobernador:
“Lo bonito de la política – le dijo Hernández a Silva García- es arrimarles a los candidatos a miles de campesinos para que se sientan comprometidos el uno con el otro; para que los otros sectores del Partido vean cómo se hacen las cosas y aprendan de nosotros […]
“El día de la magna convención cenecista comenzaron a fluir por todas las entradas de Colima camiones y más camiones, de pasaje, de carga, de redilas, de sitio, particulares […] en todo lo que se pudo conseguir para transportar – hasta tractores- millares de campesinos, que desde el medio día fueron siendo concentrados en el lugar del acto político, que se verificaría al oscurecer: Hombres, mujeres, niños”.
Todos ellos sin saber (porque los organizadores del acto se esforzaron en ocultar la macabra noticia) que un grueso grupo de campesinos procedente del lejano ejido de Cedros, del municipio de Manzanillo, al que los agentes del líder de la CNC obligaron a subir a un viejo y destartalado camión, se había precipitado “en la tristemente célebre Curva del Venado” produciendo “nueve muertos y varios heridos graves”. Delito del que nadie fue, sin embargo, acusado, porque esa misma noche, “terminando el acto, Amador decidió poner tierra de por medio, diciendo: “Me voy inmediatamente, porque en Campeche tenemos otro acto y ahí hay que reunir treinta mil campesinos en un estadio”.

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, UNA FALACIA MÁS.

En los años que estamos comentando la libertad de expresión era también, por ende, más una pose política que una realidad, dado que las estaciones de radio y de televisión eran concesiones que otorgaba el gobierno federal, y que, así como se las entregaban a los solicitantes que se portaban bien, se las podrían quitar a quienes se quisieran de “pasar de listos” ejerciendo alguna crítica mediante sus locutores o sus noticieros. Y no era muy diferente el control que el gobierno ejercía sobre los medios impresos por cuanto que, para evitar que las empresas editoriales y los periódicos “se les salieran del huacal”, habían ideado, desde algunos años atrás, una muy astuta estratagema: la de acaparar, mediante una empresa paraestatal llamada PISPSA (Productora e Importadora de Papel, Sociedad Anónima), todo el papel que se importaba y todo el papel que se producía en el país. 
PIPSA, pues, era un descarado monopolio gubernamental con el que estaban directamente conectados algunos individuos que, dependiendo de la presidencia de la república, de sus diferentes secretarías o de los gobernadores de los estados, debían revisar las publicaciones para ver dónde o a quiénes “se les iba la boca de más”, ya fuese criticando a los alcaldes, a los legisladores, a los gobernadores y demás funcionarios “de alto nivel”.
Dichos individuos estaban obligados a reportar esos “incidentes” a sus superiores y éstos a los directivos de la monopólica empresa, para que, sin que la sangre corriera, como se dice, al río, simplemente se les callara al no entregarles más papel para sus impresiones
Pero no era éste el único modo de ejercer presión y control sobre los medios de comunicación masiva, sino el de entregarles o no publicidad a cada uno de ellos a manera de disfrazado subsidio. Y como el gobierno, ya para entonces, se había convertido en el principal anunciante. Los medios que carecían de su publicidad y no contaban con la suficiente de las empresas, enfrentaban difíciles posibilidades para sostenerse y tendían a desaparecer.
Como derivación de ese comportamiento gubernamental, y hasta ya muy entrada la década de los 80as, cada que un partido político diferente al PRI, o cada que algún grupo de personas quería denunciar los crímenes, los abusos y/o las raterías que cometían las gentes del gobierno, enfrentaban tremendas dificultades, siendo muy pocas las posibilidades para difundir sus pensamientos, ideales y/o planes de trabajo. Debiendo de conformarse con realizar sus anuncios o denuncias pintando letreros en unos cuantos muros de las poblaciones; efectuar corridas de perifoneo (mientras no eran detenidos) o imprimir o distribuir volantes que, ya fueran de tamaño oficio, carta o media carta, se reproducían en unos aparatos que primero fueron manuales y después eléctricos que se llamaban “mimeógrafos”. Todo eso gracias a que en las papelerías sí se podían comprar los “esténciles” para imprimir copias, los paquetes o las cajas de papel “bond” o “revolución”, y había algunas empresas autorizadas a vender o surtir los mencionados aparatos y tinta para su uso a las pequeñas imprentas, a las oficinas, a las escuelas o a los particulares que se los habían comprado. Recursos que, aparte de ser mucho más caros que cualquier periódico en proporción, también tenían muy reducidos alcances. 
Una realidad, pues, en la que era totalmente visible la dictadura transexenal que protagonizaban los elementos del PRI gobierno, y a la que no por menos el escritor chileno Mario Vargas Llosa denominaría “la dictadura perfecta”, una noche antes de que, por atreverse a decirlo, le aplicaran “el artículo 33”, y lo corrieran del país como elemento indeseable.
Continuará.
1.- Cuentas las crónicas que al ver la manera en que estaba encaminando su gobierno, el expresidente Díaz Ordaz se arrepintió de haber nombrado a Luis Echeverría como sucesor.
2.- Al iniciar la década de los 70as gobernaba en Colima el profesor Pablo Silva García, un hombre sencillo, respetuoso e inteligente que tenía fama de probo, y que se ganó el cariño de la población.
3.- Este era el aspecto que en aquellos momentos tenía la primera entrada pavimentada que tuvo, por el sureste, la ciudad de Colima.
4.- En Manzanillo ya se estaba comenzando a construir el que posteriormente sería el “Puerto Interior”, pero ésta seguía siendo la plaza principal de la todavía entonces pequeña ciudad. 


















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