miércoles, 14 de diciembre de 2022

Los Cristeros del Volcán de Colima Asesinato Público de Niños Mártires en Catedral frente al jardín de la Independencia

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo Sexto 
La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre), NIÑOS MARTIRES “MANUEL HERNANDEZ Y FCO SANTILLAN, BENEDICTO ROMERO” 
Viene de la edición # 522 Inicia Cap Sexto.


ASESINATO PUBLICO
Los niños mártires Manuel Hernández y Francisco Santillán., El joven Benedicto Romero y dos heroínas.

ASESINATO PUBLICO

Poco menos de tres semanas antes de ese episodio -en la mañana del 25 de julio-, Colima presenció, conmovida y espantada, el fusilamiento de dos niños mártires: Manuel Hernández y Francisco Santillán, acribillados a balazos, frente al jardín de la Independencia, a espaldas de la Catedral.
Eran cerca de las 8 de la mañana (de las 9, según el horario actual), 3 o 5 minutos antes, cuando tuvo verificativo la escena sangrienta. 

Los comercios y oficinas de la calle Fco. I. Madero y centro de la ciudad se abrían en esos momentos. De ahí que los empleados que se encontraban por esos lugares o iban de paso para su trabajo, se agruparon en torno y hubieron de presenciar la muerte de aquellos niños que, por su edad, no podían legalmente ser ejecutados. Aquello era, a todas luces, un verdadero asesinato público y oficial.
Los chicos -uno de cerca de 17 años y el otro de 14 o 15- aunque intensamente pálidos y con marcadas ojeras, se mostraban serenos, perfectamente dueños de sí; más aún, en sus rostros se traslucía una interna indecible paz y satisfacción. Había en ellos señales inequívocas de que habían sido víctimas, durante la noche anterior, de inicua tortura; en sus cabellos enmarañados había sangre que, al correr, había dejado huellas en las sienes y en el cuello.

Los brazos de Francisco -el más chico de los dos- estaban amoratados y notablemente hinchados, como si los huesos estuviesen descoyuntados. Manuel tenía camisa de mangas largas y no se veía cómo tuviese sus 'brazos: debía haberlos tenido al igual que Francisco o tal vez peor; pues en la cabeza y en el cuello, Manuel era el que tenía más golpes y más sangre. Las voces que quedo circulaban, decían que eran seminaristas.
A los pies de ellos, en una camilla, estaba el cuerpo de otro muchacho, con su ropa destrozada y tinta en sangre, que perfectamente se veía que también había sido muerto a balazos.
A los lados de los jóvenes -dando al igual que ellos la espalda al muro de la Catedral y la cara directamente al sol que totalmente los bañaba en aquel día canicular- se encontraban, como haciendo guardia, las señoritas María Ortega y Candelaria Borjas que algunos de los ahí presentes, a media voz, decían que habían sido tomadas prisioneras la noche anterior. También estaban una tía de Candelaria y una prima llamada Piedad.
El rostro de estas muchachas denunciaba, al igual que el de los muchachos, el hecho de que eran en realidad prisioneras y de que habían sido duramente torturadas y maltratadas durante las largas horas de la noche que acababa de transcurrir.   
Unos instantes después, el crimen estaba consumado y los cuerpos de los niños yacían, despedazados por las balas, sobre el banquetón de las espaldas de la Catedral.  
El cadáver de Manuel -el mayor de ellos- yacía atravesado, con los pies casi tocando el muro del templo y la cabeza, destrozada por los balazos, sobre la cantera de la orilla de la banqueta, pero colgando un poco hacia el empedrado de la calle, por el cual corrió abundante su sangre generosa.
 
Francisco estaba cerca del muro, con la cabeza hacia el sur, un poco encogido el cuerpo. ¿Quiénes eran esos muchachos que, de espaldas a la Catedral, bañado el rostro por el sol, con mirada serena, dulce, apacible y devota, desafiaron la muerte? ¿Quién era el muerto de la camilla ...? 

Continuará Capitulo 6°
























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