lunes, 28 de noviembre de 2022

Los Cristeros del Volcán de Colima termina capitulo 5 del libro 7

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator.  
LIBRO SÉPTIMO Capítulo Quinto

La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre)
Los cristeros del Borbollón; heroico sacrificio. 
Viene de la edición 521 

LA VÍA DOLOROSA
El hueso fracturado rechinó, la herida se abrió más, la sangre empapaba los calzones y caía en gruesas y abundantes gotas; el dolor se recrudeció y Monroy sentía desfallecer, pero ... siguió estirando hasta que llegó el pie a la altura de los riñones. Entonces, dando dos vueltas a su cintura con el ceñidor, se lo ató allí. Descansó un poco recargado en el árbol y luego empezó, con su bastón improvisado en una mano y el máuser en la otra, dando muy pequeños pasos, aquella penosa marcha que duró toda la noche:
¡Dios le había de ayudar! ¡La Santísima Virgen le habría de socorrer en aquel trance! Así reflexionaba el cristero, en su corazón.
Tres o cuatro kilómetros habían andado solamente, cuesta arriba, cuando empezó a clarear la luz primera del alba. Había caminado con demasiada lentitud; pero la necesidad le urgía a proseguir. Lívido, rendido de cansancio, agotado por la pérdida de sangre, la fatiga y el dolor, se internó un tanto en el bosque, para no ser descubierto por los núcleos enemigos que por ese camino transitaban diariamente.
Por entre la arboleda y casi paralelamente al camino siguió el herido su penosa peregrinación. A veces, exhausto de fuerza, descansaba un poco; pero no podía hacer más. Así iba transcurriendo aquel día de dolor, sin ninguna curación, sin ningún vendaje, con la herida abierta, la pierna atada a la cintura y en completo ayuno.
En una de las veces en que, agobiado del todo, reposaba el cristero bajo la sombra de un árbol, oyó a lo lejos ruido de caballos y murmullo de voces. Se puso de pie, preparó su máuser por si fuese algún enemigo, y cubierto tras el tronco del árbol, observó. Vio que eran dos hombres únicamente los que venían. Su corazón latió de contento:
- Si son enemigos, puedo combatir contra los dos, con la ayuda de Dios, se dijo, y si gano, me hago de dos armas más y de caballo para mi viaje y, si son conocidos o amigos, alguno hará la caridad de conducirme al lugar en que pueda curarme, comer y descansar un poco. Efectivamente, la Providencia le mandaba quien le ayudase; tras tantas penas, el Señor no lo había de abandonar: uno de aquellos dos era conocido de Monroy y, dando voces el cristero en solicitud de auxilio, salió de la maleza para hacerse ver.

¡SALVADO!

Fue de allí conducido caritativamente a una choza oculta en la barranca, donde se le lavó y vendó la herida y pudo rehacerse un poco. Además, se mandó aviso a sus compañeros del cuartel de El Borbollón, de lo que había pasado, del estado del enfermo y del lugar en que se encontraba.
Al punto salió una comisión de los cristeros de El Borbollón para recogerlo y transportarlo al pequeño hospital de Cristo Rey; pero en eso una nueva turba de callistas invadió la zona de Suchitlán y San Antonio, donde el herido se encontraba, y fue preciso no sólo esperar, sino andar transportándolo en hombros continuamente, de aquí para allá, en el fondo de las barrancas, a fin de librarlo de las manos de los enemigos. 
Después de más de una semana, quienes cuidaban de él lograron sacarlo de ahí y llevarlo al hospital cristero. Caminaron casi durante toda la noche, él montado sobre una bestia, soportando intensos dolores; los compañeros, entre ellos un hermano suyo, de pie a uno y a otro lado, atendiéndolo. Ya con luz de día subían una pequeña pero agria cuesta, que hay para llegar al paraje en donde se había instalado el puesto de socorros, cuando el animal resbaló y cayó sobre el mismo cristero herido, que quedó casi por completo bajo el cuerpo de la bestia. 
Nueva sangre, nuevos terribles dolores y le volvieron a subir a la mula. Momentos después llegaba ¡por fin! y pudo descansar con tranquilidad. Tenía la pierna completamente suelta y deformada, se le enderezó y se le hizo la primera curación. Un mes después, habían cerrado las heridas; dos meses más tarde había soldado el hueso y daba el paciente los primeros pasos.
Casos semejantes se repetían con frecuencia; el Señor proporcionaba siempre la fortaleza a la medida de la prueba, y la Providencia de Dios brillaba cada vez con más fulgentes destellos. La sola enumeración de esos casos sería interminable.. 

Termina Capitulo 5°; 
Continuará Capitulo 6°



















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