LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO SÉPTIMO, Capítulo quinto.
La primavera del movimiento (1928 -mayo a diciembre),
"LOS CRISTEROS DEL BORBOLLÓN, Heroico espíritu de sacrificio.”
Viene de la edición # 520; libro Séptimo Cap 5°
SOLO, EN MEDIO DE LOS ENEMIGOS
Continuamos....,
El sol se había ocultado ya; sólo quedaba la luz amarillenta del crepúsculo. Uno de aquellos bravos libertadores del cuartel de El Borbollón, J. Trinidad Monroy, que aún vive, continuaba haciendo fuego tras unos restos de cerca de piedra que existían en aquel campo. Debido al fragor de la lucha y a que un grupo de callistas continuaban haciendo fuego contra él desde unas piedras que estaban a su frente, no advirtió que se retiraban sus compañeros y quedaba solo.
Como se cargaron más soldados callistas en su contra, mientras terminaba el tiroteo a su alrededor, y sólo en aquel lugar perduraba intenso el fuego, acabó por darse cuenta de lo que pasaba y trató de abandonar el campo cuanto antes; pero esto era en extremo difícil, porque había que atravesar una parte completamente descubierta. Sin embargo, no había otro recurso, hizo varios disparos, se levantó y corrió ... pero, a los pocos segundos, cayó herido: una bala había hecho' blanco en la parte superior de la pierna izquierda, fracturándole por completo el hueso. Los enemigos se abalanzaron sobre él, pero el herido, rodando por entre la maleza, cayó al fondo de una barranquilla de unos dos metros de profundidad, cubierta casi por las zarzas.
TRAGICAS AVENTURAS DE J. TRINIDAD MONROY
Pasaron instantes de inmensa angustia, en que el herido esperaba que lo encontrasen y le matasen en el acto; con sus ojos veía que le buscaban a tres pasos de donde yacía y en sus oídos repercutía el vocerío insolente de los callistas. Sólo de cuando en cuando se oía ya el correr de algún caballo y el vocerío de la soldadesca enemiga que se alejaba.
Acabó de oscurecer y Monroy, desangrándose, continuaba oculto bajo aquellos matorrales, en terreno invadido de enemigos, sin su caballo y a más de treinta y seis kilómetros de su cuartel de El Borbollón. Pero no había término medio: salir y regresar por sí solo o resignarse a morir allí abandonado.
Cuando todo hubo quedado en silencio, se arrastró bajo las malezas y salió al lugar en donde haba sido herido; era ya de noche, pero por fortuna noche clara. ¿Cómo caminar? Se arrastró un poco más hasta el pie de un arbusto, se asió de él y se puso de pie. Las facciones de su rostro se contrajeron de dolor, un sudor frío le bañó y tuvo que recostarse en la yerba, casi desmayado. Restablecido un poco, hizo una nueva tentativa, se levantó, cogió su máuser a guisa de muleta, cortó una rama e improvisó un bastón. Luego intentó andar; pero era casi imposible; la pierna herida estaba por completo suelta, oscilaba a cada movimiento y pegaba contra todas las piedras y malezas del camino, causándole muy fuertes dolores y haciéndole desangrarse más y más.
En medio de aquella angustia ideó un recurso único, doloroso, sí, pero necesario si quería salvar su vida, e inmediatamente lo puso en práctica, pues no había tiempo que perder, ya que únicamente de noche podía caminar en aquella zona enemiga. Se acercó a otro pequeño árbol, se quitó su ceñidor, hizo a sus calzones por delante un nudo para que por sí solos se sostuviesen; se fajó su carrillera como de ordinario, y luego con el ceñidor ató por el tobillo el pie del miembro herido y, asido del árbol, comenzó a estirar por sobre el hombro la pierna destrozada, la cual principió a doblarse y a subir por detrás de su cuerpo.
Continuará en la edición # 521 LA VÍA DOLOROSA
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