miércoles, 27 de noviembre de 2019

Los Cristeros del Volcán de Colima; Mas sangre sacerdotal y juvenil

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

“SPÈCTADOR”  LIBRO QUINTO, CAPITULO QUINTO termina; (de agosto a diciembre de 1927), 

“MAS SANGRE SACERDOTAL Y SANGRE JUVENIL”

CRUELES VEJACIONES A SALVADOR VIZCAINO
Llegó el mes de octubre, pródigo también en flores purpúreas. El día 4 la escena se desarrolló en el pueblo de San Jerónimo, Col.
Tres libertadores, entre ellos el coronel Miguel Anguiano Márquez y Salvador Vizcaíno, llegaron en la noche para proveerse en una tienda de la orilla, de algunas cosas necesarias. Habían comprado ya lo que deseaban cuando fueron sorprendidos por los agraristas del lugar, quienes empezaron a hacer fuego contra ellos. Batiéndose en retirada, los libertadores, a su vez, quemaron algunos cartuchos para detener el avance enemigo y poder escapar. Habían logrado salir del caserío y subían por un callejón lleno de fango en donde iban cayendo y levantando, cuando una bala, sin advertirlo los compañeros debido a la obscuridad, hirió a Salvador haciéndolo caer en el lodo.
Era Vizcaíno originario de San Jerónimo (hoy Cuauhtémoc), fue un joven, virtuoso y de no poca cultura; miembro de los más activos de la A.C.J.M.
Durante dos años, había sido alumno del Seminario; pero la necesidad de trabajar y algunas otras circunstancias, le habían hecho abandonar su carrera antes de que se desatase la persecución. Al regresar a su pueblo, cuando el conflicto religioso en Colima, fue uno de los apóstoles más fervorosos y, en la defensa armada, no sólo fue de los primeros que correspondieron a la actitud del general
Dionisio Eduardo Ochoa, el iniciador, sino uno de sus mejores amigos y colaboradores, compañero en los trances más difíciles y cuya opinión consultaba en los problemas intrincados. Debía tener unos 22 años.
Cuando terminó el tiroteo que hemos referido, sus compañeros le esperaban, allá en un lienzo de piedra, fuera del pueblo, creyéndole sano y salvo; más él, por el contrario, moribundo, caía en manos de los enemigos. Llenos de satisfacción y entre risotadas burlescas y dolorosos sarcasmos, le ataron una soga como si hubiese sido perro y lo arrastraron por las calles, a la vez que la campana de la torre, muda hacía tiempo, tocaba agonía para mayor mofa. Al oír los gritos de los agraristas y el toque inusitado del campanario, las gentes salían de sus casas y contemplaban aquella crueldad.
Unas pocas de corazón perverso, unieron su alegría a la de los perseguidores; pero las más, heladas de espanto y angustia, con los ojos llenos de lágrimas e inmóviles por el dolor, fueron testigos de aquellas espeluznantes escenas. Salvador expiraba; su alma volaba al cielo y su cuerpo hecho pedazos seguía siendo el ludibrio de los enemigos. Termina capitulo 5.
























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