lunes, 28 de octubre de 2019

Los Cristeros del Volcán de Colima, últimos instantes del mártir

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator
LIBRO QUINTO, Capitulo quinto
Florecen y se multiplican los mártires (agosto a diciembre de 1927)
Más sangre sacerdotal: El padre don Gumersindo Sedano.
Más sangre juvenil: Martín Zamora y Salvador Vizcaino.

ÚLTIMOS INSTANTES DEL MÁRTIR
Llegaron a la estación del ferrocarril, en donde estaba instalado el cuartel. El impío capitán los esperaba en la puerta y los recibió con injurias. El sacerdote continuaba orando y prorrumpiendo en exclamaciones de fervor santo.

- ¡Cállese! -le decía el militar.
- Mientras esté con vida, no dejaré de gritar -respondió el sacerdote,

Y en tono de protesta, lanzó un sonoro:

- ¡Viva Cristo Rey!
- ¡Cállese, cobarde! -le intimó de nuevo el militar, lleno de cólera.
- Los católicos no somos cobardes -replica el sacerdote con serenidad-. Y las pruebas ustedes mismos las tienen. Si éstos, al aprehendernos, no han hecho fuego, es que no tenían máuseres; facilite usted armas y tendrá una prueba de la heroicidad de los libertadores. Los cobardes son ustedes. Pueden matarnos en seguida, estamos dispuestos a morir. ¡Viva Cristo Rey!

Temblando entonces de rabia el capitán callista sacó su pistola y disparó sobre el sacerdote, quien cayó moribundo sobre el camión mismo en que le condujeron y del cual aún no había descendido.

Al caer desplomado y sentirse moribundo, ya bañado con su sangre, murmuró todavía su glorioso y triunfador ¡Viva Cristo Rey!

Los demás fueron inmediatamente fusilados y los seis -el sacerdote Sedano y los cinco cristeros- suspendidos, unos de los postes del telégrafo, otros de las ramas de unos eucaliptos que allí existen. Para hacer el cuadro más espantoso, fueron colgados, en unión de ellos, cinco cadáveres de callistas que habían sido traídos ese día, como resultado de un combate, y éstos fueron despojados de su uniforme, para hacer aparecer a los diez como si fuesen cristeros. Así completaron los sicarios un cuadro espantoso, que hacía crispar los nervios.

Muerto ya el Padre Sedano, la soldadesca le despojó de sus zapatos y de todo cuanto pudo; después, con una soga al cuello, le arrastraron hasta el pie de uno de aquellos árboles y trataron de suspenderle; pero la rama crujió y se vino al suelo. Por segunda vez le quisieron colgar, con igual resultado.
Entonces, pasando la soga por la parte superior del tronco, en el nacimiento de las primeras ramas, y dando el cadáver contra el grueso eucalipto, fue elevado un poco del suelo. Los impíos prorrumpieron en gritos, rechiflas y blasfemias y el cuerpo del mártir, cubierto de sangre y tierra, quedó a la expectación pública. 
En sus rodillas se fijó un papel con un letrero que decía: Este es el cura Sedano. Continuará con la sangre juvenil de Martín Zamora.




















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