LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA VOCES DEL CIELO
Viene de la edición anterior
Allí, a esa casa -calle Prisciliano Sánchez, # 1, cruzamiento con la calle principal-, llamados por el señor don Pedro Ramírez, venían los rancheros más destacados de todos los pequeños poblados del volcán, para ir recibiendo instrucciones. La llama se extendía y el incendio iba tomando proporciones de fuego que se extiende en un seco cañaveral.
El primer ranchero, cristiano, leal, viril que se ofreció para ayudarles, fue Eufemio Valadez que al tiempo de esta entrevista aun vivía. El fue el conducto mediante el cual Dionisio Eduardo Ochoa y sus compañeros principiaron a ponerse en contacto, sin salir aún de Tonila, Jal., con los elementos más distinguidos, por su espíritu cristiano y virilidad, de aquellas rancherías de los volcanes.
Y de la casa de don Pedro Ramírez, aquel primer cristero -Eufemio Valadez- iba y venía llevando noticias y propaganda para organizar el movimiento bélico. Casi para él no había descanso; pues aun por la noche y en las altas horas de la madrugada él efectuaba sus correrías.
Cinco días más tarde, a las altas horas de la madrugada, hubo un hecho misterioso, sólo explicable por la intervención extraordinaria del cielo.
El que esto escribe oyó la Narración de este suceso maravilloso en varias ocasiones: lo oyó de los labios del mismo Dionisio Eduardo Ochoa allá en tiempo de los cristeros y se lo oyó también, desde aquellos días, a don Pedro Ramírez. Más aún, don Pedro lo siguió afirmando hasta su muerte, acaecida apenas hace un lustro y aun dispuesto a ratificarlo bajo juramento. El hecho fue el siguiente:
Esa noche -fue la del 11 de enero- era noche completamente tranquila. En el barrio de don Pedro Ramírez no había ningún rumor extraño que turbase el silencio; cuando mucho el blando murmullo del viento leve que de ordinario mueve las frondas de los árboles o llora entre los pinos.
Don Pedro Ramírez y sus familiares dormían en su aposento y los muchachos de la aventura bélica -Dionisio y sus compañeros, entre los cuales estaba ya Miguel Anguiano Márquez, como hemos visto- dormían y descansaban en lugar separado. A don Pedro y a Dionisio Eduardo les coge a la misma hora -era entre la una y las dos de la madrugada- un mismo. Sueño, una misma pesadilla que los hace despertar con sobresalto: la casa en que se alojan la ven rodeada de soldados que furiosos la invaden para aprehenderlos.
A los gritos de ¿quién vive?, lanzados con arrogancia, así como de otra voz distinta, que claramente se oyó entre el ruido de la tropa, de salgan luego, porque los agarran, Dionisio Eduardo Ochoa despertó sobresaltado; pero como todo estaba en silencio y nada oyó en derredor, como a simple sueño no dio crédito ninguno y procuraba dormirse de nuevo.
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