LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
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JÓVENES DE LA ACJM; LOS HÉROES DE LA GRAN JORNADA
Un día los muchachos de la A. C. J. M., aquí en Colima, se reunieron en el Hospital del Sagrado Corazón -el hoy hospital civil, al norte de la calle 27 de Septiembre- para hacer ejercicios espirituales de encierro. Dirigía estos ejercicios su entonces Asistente Eclesiástico el Padre Don Enrique de Jesús Ochoa que hace 35 años, joven como ellos, se confundía con los demás en su porte exterior, mas aún que ya entonces los sacerdotes vestían, obligados por las circunstancias, como cualquier otro seglar.
De esos muchachos que entonces hacían su retiro, muchos viven aún; otros -héroes de la Gran Jornada- pasaron ya a la eternidad, como Dionisio Eduardo Ochoa y J. Trinidad Castro que allí estuvieron.
Se les dejó tranquilamente hacer su retiro; pero, ya para terminarlo, dos mujeres que se habían hecho célebres durante aquellos días como espías y delatoras, instrumentos viles de los malos, introdujeron como regalo para la hora de la mesa, una fuente de dulce de camote y piña, con vidrio molido.
La glotonería de un muchacho -Daniel Espinosa- que se adelantó voraz a principiar su dulce y a quien, por providencia de Dios, tocó un pedazo de vidrio más grueso que le cortó la lengua, salvó a los demás de una muerte segura y demasiado cruel.
Cuando Daniel, sangrándole la boca, arrojaba fuera el bocado que habría sido mortal si lo hubiese tragado, todos los demás advirtieron que también su dulce tenía vidrio. Con sus cucharas, entre admiración, susto y risa propia de muchachos, hacían que el dulce, oprimido y frotado contra el fondo de sus platos, rechinara por las pequeñas porciones de vidrio.
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