viernes, 29 de diciembre de 2023

Los Cristeros del Volcán de Colima cuando se perfilaba el triunfo 1929

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
Spectator LIBRO OCTAVO, Capítulo primero Cuando se perfilaba el triunfo (1929, enero a abril), Don Enrique Gorostieta. Desarrollo del movimiento. Magnífica disposición del pueblo católico.”  
Viene de la edición # 547.

CONMOVEDORAS Y EFICACES AYUDAS

En esos lugares se podía permanecer con toda confianza semanas enteras, en el desempeño de alguna comisión y, aunque llegasen los callistas, se tenía la seguridad de que nadie, absolutamente nadie, denunciaría al soldado de Cristo; porque hasta los niños estaban dispuestos a sufrir la muerte antes que pronunciar una palabra reveladora y así se dio muchas veces el caso de que los pequeños fueran tomados por los esbirros de la tiranía y, aun en medio de azotes, golpes e injurias, conservaran la serenidad y jamás fueran infieles, aunque supieran a ciencia cierta que a unos pasos de ellos, en alguna choza de su ranchería, se encontraban soldados cristeros. Entre estas rancherías unánimemente fieles, en las cercanías de la ciudad de Colima, pueden contarse El Parián, El Cóbano, San Joaquín y Buena Vista. Cuántas veces el mismo Padre Ochoa, por quien el Ejecutivo del Estado en tiempos de Solórzano Béjar -según lo pregonaba el comandante de la Policía don Enrique Gómez- había ofrecido la suma de $5,000.00 vivo, o muerto, o por su cabeza, permanecía en estas rancherías semanas enteras, celebraba la Santa Misa, confesaba, bautizaba y asistía a matrimonios. Y muchas veces, estando allí, llegaban fuerzas callistas.
Y de su cabaña-escondite sabían todos, viejos y niños; aun éstos se agrupaban en su derredor para verle y oírle, como en países de paganos los niños y los viejos creyentes hacen grupo en torno al misionero católico a quien todos aman. Y lo cuidaban y lo defendían para que no fuera a caer en manos de los enemigos. Y nunca cayó, aun mezclándose muchas veces entre ellos con sus huaraches, su calzón blanco y su sombrero de palma o zoyate, como cualquier otro ranchero.
¡Cuántas veces la vega cubierta con la sombra de sus grandes higueras del Arroyo de las Cañas, a inmediaciones de El Parián, el Cóbano y San Joaquín, a no muchos metros del camino real se improvisaba en capilla! Hay ahora todavía, entre los hombres de esas rancherías, quienes en el agua misma del arroyo recibieron el santo bautismo.
Todas las personas, en los pequeños poblados transitados ordinariamente por los soldados de Cristo, sentían como un santo deber el cooperar a la defensa, auxiliando a los libertadores. Casi nunca se necesitaba pedir: hombres y mujeres, cuando llegaban o pasaban los cristeros, salían presurosos de sus casas llevando a éstos cuanto podían para que se alimentasen. Muchas veces quedaban sin pan hasta los mismos pequeñuelos; pero gustosos cedían su alimento al cruzado de Cristo Rey, y los mismos niños, llevados de la mano por sus madres, hacían personalmente el obsequio. Quien más no tenía, salía a la puerta con su vasija de agua para dar de beber a los que tuvieran sed y muchas veces quien ni esto podía hacer, rendía el sagrado tributo de sus lágrimas y pedía para los defensores de la libertad una bendición del Cielo, y así con frecuencia, ancianas ya decrépitas, a la puerta de su casa o a la vera del camino, mientras por sus mejillas plegadas por los años, rodaban las lágrimas de sus ojos, apoyadas en su bordón o en el hombro de un nietezuelo, levantaban su diestra temblorosa y haciendo con ella señal de la Cruz, balbucían conmovidas a un Dios los cuide, hijitos; que Dios los ayude y bendiga siempre. 

Continuará 
















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