VISLUMBRES
PRELUDIOS DE LA CONQUISTA
Capítulo 23
Profr. Abelardo Ahumada González
“TLACAÉLEL: EL HOMBRE QUE HIZO GRANDES A LOS AZTECAS”.
Antes de seguir comentando los datos que aportó fray Antonio Tello sobre “los mexicanos”, quisiera decirles, amigos lectores que, un día, hará unos 35 años, cayó a mis manos un libro publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1972, que por decirlo de algún modo, iluminó la ruta que habría yo de seguir en busca de las para mí desconocidas pistas de los aztecas.
El libro se titula “Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares”, y su autor fue don Miguel León-Portilla, uno de los más grandes maestros y conocedores que haya habido en estos temas.
No voy a intentar siquiera resumir el contenido de ese libro luminoso, pero sí quiero señalar que el subtítulo que aparece arriba, lo copié de esa obra, porque nos da noticia de un insólito personaje que así como intervino en esa historia, opero para que la modificaran.
Se llamaba Tlacaélel y tenía poco menos de 30 años de edad cuando, en 1427, recién “electo el cuarto rey azteca, Itzcóatl”, se vio forzado a intervenir en los asuntos de su pueblo; llegando al grado de que, ya de viejo, por sus méritos, sus contemporáneos le agregaron a su nombre el sufijo reverencial “tzin”. Para decirle Tlacaeltzin. Más o menos traducible como “El Gran Tlacaélel”.
Tlacaélel fue, a la par, el sumo sacerdote de Huitzilopochtli y un valiente capitán que se destacó en el año que se menciona por idear las estrategias bélicas con las que su pueblo logró derrotar a “los Tecpanecas de Aztcapotzalco, (y) a los de Coyoacán y Xochimilco”, obligándolos a someterse y tributar en lo sucesivo a los gobernantes de México-Tenochtitlan.
Gobernantes de los que él se convirtió en el primer consejero, llegando a ser reconocido como el “verdadero poder tras del trono”, no sólo de Iztcóatl, sino de Motecuhzoma Ilhuicamina (su hermano) y de Axayácatl.
Pero lo más notable que logró, según lo afirman Miguel León-Portilla, Antonio Velasco Piña y otros que han estudiado su vida y su obra, fue que, habiéndose dado cuenta de que su pueblo “casi no tenía historia”, o que los recuerdos que de ellos mismos tenían no eran muy dignos o relevantes que digamos, “se dedicó a crear en el pueblo azteca una nueva visión místico-guerrera del mundo y del hombre” … “Colocando en lo más alto de su panteón religioso a su antiguo numen tutelar, Huitzilopochtli”, que les exigía sacrificios humanos.
Actividad sangrienta para la que fue necesario organizar “las famosas ‘guerras floridas’”, por las que tan odiosos se convirtieron los aztecas para los tlaxcaltecas, los huexotzincas y los demás habitantes de “los cercanos señoríos”.
Complementariamente se afirma que, siguiendo una tendencia que algunos aztecas tenían para vincular su vida con la de los toltecas, Tlacaélel no sólo siguió esa tendencia, sino que la acomodó a su gusto para quitarle a su pueblo el sentimiento de inferioridad que tenían por haber sido los últimos en llegar a la región del lago, y para promover en ellos un sentimiento de orgullo, al ser (o considerarse) sucesores y descendientes de Acamapichtli, su primer rey, que precisamente fue escogido como tal, por ser hijo del rey de Culhuacan, de ascendencia tolteca.
Sobre esta acción en particular, León-Portilla dice que, de conformidad con lo que los ancianos informantes de fray Bernardino de Sahagún le dieron a entender, Tlacaélel concibió “la historia como un instrumento de dominación” y viendo que la que tenía su pueblo era corta y muy poco relevante, convenció a Itzcóatl de que quemaran los códices que la registraban para escribir otra nueva: “Se guardaba su historia, pero entonces fue quemada… Se tomó una resolución, los señores mexicas dijeron: ‘no conviene que toda la gente conozca las pinturas. (Pues) los que están sujetos (el pueblo), se echarán a perder y andará torcida la tierra, porque allí se guarda mucha mentira, y muchos en ellas han sido tenidos por dioses”.
Sólo que en el afán de tratar de darle a los aztecas “una nueva visión histórica y religiosa”, Tlacaélel cometió, tal vez, un gran error, porque dándole a la historia tolteca “un sesgo distinto”… Logró que los aztecas, a los que había capitaneado, se convirtieran en un pueblo extremadamente belicoso y desconsiderado con los pueblos que iban quedando bajo su dominio.
Habiendo sido ése comportamiento feroz lo que a la postre los llevó a su perdición.
Pero… ¡No nos adelantemos! Y volvamos mejor al momento en que figurativamente dejamos a fray Antonio Tello platicando sobre “los mexicanos” con los viejos de “la Provincia de Xalisco”.
MITOS Y HECHOS REVUELTOS.
Sobre este asunto en particular, lo último que se expresó aquí fue que, yendo más allá de lo que afirman las fuentes prehispánicas que se recogieron en la capital mexica y sus alrededores, los indios de Xalisco le transmitieron al cronista franciscano una añeja tradición que corría entre ellos, y en la que decía que, “luego que (los “mexicanos”) salieron de este pueblo de las siete cuevas, atravesaron los llanos que había, hasta que tocaron las serranías circunvecinas a la provincia de Tzinaloa, y entraron por Petatlán, Culiacán, Chiametla, Tzenticpac, Xalisco”, etc., hasta llegar a “Chapalac y Xocotepec”.
Pero antes de continuar la reseña de lo que el fraile anotó, conviene precisar que, como ocurre con todas las tradiciones orales de largo alcance, en ésta (que perduró unos tres siglos), intervinieron muchos relatores. Por lo que, pese a que tal vez trataron de mantener vivas (y coherentes) las “relaciones” que los ancianos más memoriosos iban transmitiendo a hijos y a nietos, no necesariamente lograron conservar toda la historia, y que, por ende, cuando finalmente se la refirieron al fraile, ya no podían diferenciar lo que era cierto de lo que no, pues con el tiempo se habían revuelto en sus cabezas los mitos y los hechos reales.
Por otra parte, si recordamos que fray Antonio se valía de “un indio ladino” más o menos experto en el náhuatl y en el castellano, para enseñar el catecismo, la lectura y la escritura a los niños y jóvenes que vivían en los alrededores de los conventos donde fue “padre guardián”, muy bien podemos creer que cuando entrevistó a cada uno de esos viejos, es muy posible que se haya valido igual, de ése u otros traductores. Porque hasta donde he podido darme cuenta, él, aunque sabía algo de náhuatl, no parece haber dominado el idioma.
Vistas así las cosas, debemos ser muy cautos a la hora de leer lo que fray Antonio dejó escrito, no sólo porque la información que le fue transmitida pasó por diversas mentes y diversas lenguas, antes de llegar a él. Sino porque, estando acostumbrado, como se ha dicho, a tratar de entender las cosas con sus criterios católico-europeos, pudo tener incluso deformaciones no intencionadas, como la de confundir a Huitzilopochtli con “el demonio”, y considerar, en consecuencia, como una obra diabólica el hecho de que “los mexicanos” practicaran los sacrificios humanos, y realizaran algunos ritos que por su formación moral tan distinta, abominaba él como cura que era.
Pero al expresar todo esto, no lo hago para echarle tierra al trabajo del fraile, ni para demeritar su esfuerzo, sino para que tomemos nota y tengamos la precaución de no creer a pie juntillas todo lo que él anotó en cuanto a esa tradición que, por pasar durante décadas de boca en boca, pudo ser algo deficiente.
En descargo de todo lo anterior, cabe mencionar que muchos de los autores que he venido mencionando aquí, coinciden en señalar que entre los aztecas, los michoacanos y algunos otros pueblos de la región y la época, solía haber ciertos individuos cuya capacidad retentiva era reconocida por todos, que tenían la obligación de aprender de memoria todos los acontecimientos más importantes en los que habían participado sus pueblos. Hombres que, igual, tenían la obligación de recitar esos hechos a otros muchachos con similares capacidades para que los recuerdos de las generaciones precedentes no se perdieran. Y me refiero en concreto al “Tlamatini” (en singular o a los “Tlamatinimi” en plural) que había entre los nahuas; y al “Petamuti”, que había entre los michoacanos. Y del que de manera especial hablaré en otro capítulo.
LA TRADICIÓN QUE TRANSMITIERON “LOS INDIOS DE LA PROVINCIA DE XALISCO”.
Una vez hecha esta advertencia, debo señalar todavía un par de aspectos: el primero se refiere a que, por más revueltos que estén en esa relación mitos con realidades, hay en ella no pocos detalles que dan pie para detectar cierta veracidad en lo que se dice: como la mención de algunos lugares que todavía hoy son perfectamente localizables, o como algunas secuencias de hechos que parecen muy lógicas y no se contraponen a lo que afirman algunas otras fuentes.
El segundo consiste en que, cuando fray Antonio hizo referencia al tránsito de “los mexicanos” por la Provincia de Xalisco, se estaba dirigiendo a sus congéneres y compatriotas que vivían entonces también allí, y que cuando él decía “los mexicanos” no se estaba refiriendo única y explícitamente a los “aztecas o mexicas” sino a todos los nahuas que antes de ellos habían pasado por el lugar, sin que al parecer él tuviera noticia de los toltecas como un pueblo distinto.
Para apuntalar esto que digo, destaco el párrafo en donde dice que “los nombres de los pueblos, ríos, lagunas, cerros, valles, fuentes, árboles, animales, aves y pescados” que se utilizaban en la región eran de origen “mexicano” (nahua, pues), no obstante que muchos de “los naturales” que él conoció, y habitaban en la región “no hablaban mexicano”.
Otro detalle muy importante que debo señalar aquí, es que, desde su perspectiva, había unos mexicanos más refinados y otros “mexicanos rústicos” y “tochos” que no obstante ir acompañándolos, “no hablaban la lengua mexicana tan culta y limada como ellos”. Todo esto sin olvidar que así como unos decidieron quedarse a vivir en los diversos pueblos que iban fundando, otros siguieron adelante, tras de haber pasado “el río grande que viene de Toluca, que entra en la provincia de Tzenticpac, porque lo dejaron a la mano derecha, a la banda del mediodía”. Lo que equivale a decir que se fueron hacia el sur desde donde hoy está, poco más o menos, Santiago Ixcuintla, Nayarit. Como lo podrá corroborar cualquier persona que mire esos datos en un mapa de la región.
Dato que para mí establece una importante referencia geográfica que coincide con la ruta de la que hablan todos los documentos que refieren el asunto de las peregrinaciones.
Luego menciona que fundaron y construyeron una ciudad fortificada llamada Tuitlán, que no he podido identificar, y que estando allí “un día el demonio les dijo” a sus dirigentes o “principales”, que “convenía a su servicio conquistar los valles de Tlaltenango, Teul, Juchipila y Teocaltech, y poblarlos de (o con) los rústicos mexicanos que traían con ellos”. Y así lo hicieron, obligando a los antiguos pobladores de aquellos valles a remontarse a los cerros. Viviendo dichos mexicanos rústicos “una vida feroz y bárbara”.
“Tlaltenango, Teul, Juchipila y Teocaltech” (o Teocaltiche) son pueblos que aún existen muy cerca de los límites del sur de Zacatecas y del norte de Jalisco y no tenemos motivo para dudar de que en algún momento hayan ocurrido las cosas así. Pero dejemos que los historiadores y cronistas de Jalisco y Zacatecas se ocupen de dilucidar ésos y otros datos más que fray Antonio Tello menciona sobre el paso y las acciones de las tribus nahuas por toda esa extensa región, y quedémonos nosotros con la parte que igualmente nos corresponde, y que para mí comienza donde él dice que algunos de aquellos nahuas (a los que genéricamente, insisto, él llama “mexicanos”) “vinieron por Xalisco y corrieron hacia el Valle de Banderas” (donde hoy se ubica Puerto Vallarta), y continuaron hacia “Ahuacatlán y Jala”, quedándose unos en los rumbos de Tonalá, todavía en la parte sur del Río Grande, “y todo lo que hay hasta Colima”.
Sitio del que, “cuando al demonio le pareció que ya era tiempo (…) les hizo marchar hacia las lagunas de México, donde poblaron, quedándose entre los naturales, muchos de lo que aquí habían nacido, y otros (que) por (estar) viejos, o enfermos, o impedidos (no pudieron viajar), y otros (que no quisieron) por haberle tomado amor a la tierra”.
DOS RUTAS POSIBLES.
Lo que fray Antonio Tello expresa en el sentido de que algunas tribus nahuas se fueron desde Colima hasta “las lagunas de México” no es ninguna novedad para nosotros, pero sí una confirmación de lo que habíamos expuesto desde el Capítulo 3, en el que presentamos una descripción de la ruta seguida por los toltecas, siguiendo desde Colima la actual costa michoacana hasta Zacatula, hoy en Guerrero.
Pero la novedad que sí incorpora el cura (y de la que intencionalmente no he hablado aún) es que HUBO OTRO GRUPO DE “MEXICANOS” que no se fue por la costa como los primeros, sino a partir del lago de Chapalac (como él escribió) hacia el oriente. De manera que tenemos a dos grupos migrantes de un mismo tronco racial, caminando hacia “las lagunas de México” por dos rutas distintas, en dos épocas muy diferentes.
Para los 26 cronistas e historiadores de Colima, Jalisco y Michoacán que participaron en el Primer Coloquio Regional de Crónica e Historia (20 de enero de 2012) referido al Camino Real de Colima y sus Ramales, les quedó perfectamente claro, sabido y comprobado que incluso cuando los conquistadores hispanos llegaron a Colima, lo hicieron pasando, por “caminos de Michoacán”; aunque en sentido inverso a los pueblos migrantes que estamos comentando hoy.
Pero, haya sucedido eso como haya sido, permítanme los lectores ahora, darles otra probadita de lo que fray Antonio expuso en esa dirección:
Los viejos le dijeron que cuando había más o menos terminado la conquista de “Tlaltenango, Teul, Juchipila y Teocaltech”, y después de haber fundado Jalpa, Tayahua, Apozol, Moyahua y “y otros pueblos muchísimos”, donde se quedaron como gobernantes “los mexicanos villanos y tochos”, los mexicanos más “puliditos”, por decirlo así, le rogaron a su ídolo que los librara de tantos trabajos y “los llevase (a) donde les había prometido”. Por lo que “el demonio” les ordenó que marcharan hacia el Oriente, donde, después de muchas “guiñadas y rodeos”, llegaron a “la provincia de los tarascos”… “que nombraron Michoacán”.
Continuará.
1.- La relación oral que recogió el padre Tello, dice, por ejemplo, que un grupo de nahuas conquistó algunos de los pueblos que hoy forman parte del sur del estado de Zacatecas.
2.- Especial mención se hace en el sentido de que fundaron también muchos pueblos que actualmente forman parte del estado de Jalisco.
3.- Luego comenta que hubo al menos un grupo que desde Colima, por la costa michoacana, se fue a poblar “las lagunas de México”.
4.- Y por último menciona que hubo otro grupo que, partiendo más o menos desde la orilla del lago de Chapala, fueron a parar a la orilla del lago de Pátzcuaro, llamando al sitio Michoacán.
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