Señores encargo mi burro. Eran las palabras que decía don Juanito a Jesús, apodado “el Picho” y a Leopoldo, al pasar frente a su taller de sastrería localizado junto al “puente de los suspiros”.
Don Juanito era un sexagenario que a diario llegaba de la ciudad de Colima con un carrito de paletas, jalado por su asno, que dejaba atado a un árbol próximo al taller, mientras que vendía su mercancía por las calles del pueblo y ya terminada retornaba por su jumento, agradeciendo a los “maistros” y les expresaba un ¡hasta mañana!.
Uno de tantos días en que retornó don Juanito, alarmado se presentó al taller solicitando le informaran quién había robado su burro, ya que en el lugar permanecía otro que no era el suyo, “el Picho” y Leopoldo concurrieron hasta el lugar y constataron la maldad - de la que ellos mismos habían sido autores - el asno había sido despojado de todo su pelo y en sus largas orejas le habían colocado un enorme moño colorado, cual si se tratara de un regalo para el paletero, y le dicen a éste - que a falta del suyo se llevara el existente y que hasta se veía más bonito.
El anciano paletero, con gran disgusto, se presentó ante las autoridades y acusó a los “sastres” del robo de su asno, éstos fueron remitidos al Palacio Municipal, con el carácter de detenidos y esperarían el retorno de la Autoridad para ser sentenciados.
Ante el anuncio de que la Autoridad retornaría hasta las siete de la noche, el anciano se presentaría al día siguiente y los acusados continuarían en carácter de detenidos, sin permanecer recluidos en celda, por lo que éstos, deseosos de ser juzgados e irse a continuar su trabajo, decidieron encaramarse hasta el espacio del reloj público y adelantar sus manecillas a efecto de que éste marcara la hora indicada y se presentara quien debería de dictar sentencia.
Los acusados y acusador frente a la Autoridad Municipal, los primeros expusieron que el asno había sido objeto de una de sus “vaciladas”, el anciano persistió en su acusación sobre robo y el encargado de impartir justicia, considerando daño en propiedad ajena, condenó a los primeros en liquidar el importe señalado por el propietario, que fue en extremo superior al real, reparar los daños ocasionados al reloj público, una sanción económica y convertirse en vigilantes del nuevo asno del paletero.
Ante la carencia de recursos económicos de los “maldosos” la misma Autoridad, de manera personal, les proporcionó en calidad de préstamo la cantidad requerida y optaron por obsequiar el jumento, motivo de la acusación y ya pagado, a su mismo acusador y antiguo propietario.
Al día siguiente los sastres fueron sorprendidos en sus labores al escuchar la vos del anciano que les decía: “Maistros, hay les encargo mis dos burros”.
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