viernes, 29 de marzo de 2013

Editorial de Semana Santa

E D I T O R I A L

La Semana Santa, es un tiempo de reflexión para hacer un alto en el camino, planteándonos o replanteándonos algunas cosas, sobre todo, en el crecimiento de nuestra relación con Dios.

Vivimos tan apurados que llegar a conseguir diez o quince minutos de silencio es toda una hazaña. 
Por esta razón, conviene meditar y, desde ahí, reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Tres palabras en las que se engloba nuestra salvación y la posibilidad de empezar a vivir -desde hoy- una porción significativa de lo que nos espera en el cielo. Algunos críticos del cristianismo por ejemplo, Nietzsche- argumentan que la fe cristiana -en lugar de responder a las inquietudes y necesidades del mundo- se queda centrada exageradamente en lo que vendrá después, en la promesa de la otra vida, sin embargo, conviene aclarar que si bien es cierto que la felicidad plena se encuentra en lo que llamamos cielo, no es menos cierto que la fe está comprometida con las sanas aspiraciones del ser humano que se mueve en el mundo. 
Jesucristo fue un hombre apasionado, el Dios de la pasión que es un sinónimo de entrega. No nada más se dio en la cruz, sino a lo largo de los 33 años que pasó en el mundo, perteneciendo a una cultura, comunidad y familia. 

La Semana Santa nos habla de pasión, de entrega generosa, para hacernos despertar, tomar conciencia y atrevernos a construir el proyecto de Cristo. ¿Vivimos con ilusión?, ¿nos despertamos con ganas de cambiar el mundo empezando por nosotros mismos?
Jesús murió en la cruz, entregándose por completo, sin embargo, ¡no se quedó ahí, sino que resucitó de entre los muertos! Como sus seguidores, tenemos que morir a todas aquellas actitudes que nos separan de su palabra. Renunciar a la mentira, para poder vivir en la verdad que libera y humaniza. ¡Cuántos se dejan llevar por una serie de propuestas vacías, incapaces de dar paso a la felicidad! De ahí que nos corresponda hacer a un lado al hombre viejo, para que llegue el nuevo. Fuera de Dios, hay muerte y desencanto, pues desaparece la trascendencia, la oportunidad de ir más allá de la vida biológica. En el mundo esperamos la muerte natural, el puente que nos llevará al encuentro con Dios y con nuestros seres queridos. Por lo tanto, es un tiempo para reflexionar, ¿cómo queremos presentarnos ante el rostro cercano y cariñoso del Padre Celestial?, ¿con las manos llenas, vencidas por el egoísmo o, en su caso, después de haberlo dado todo por amor? No se trata de obsesionarse con la muerte, sino de saber vivir responsablemente.
No seguimos a un Dios abstracto y mitológico, sino a un Dios vivo; que resucitó a la vista de un sinnúmero de personas. El evangelio nos lo narra a modo de testimonio histórico y espiritual. Por lo tanto, el cristianismo no es la religión de la muerte o de la tristeza, sino de la vida. ¿Cómo podemos saber que Jesús es la verdad? A través del misterio de la resurrección con el que se abre el tiempo litúrgico de la pascua. Jesús resucitado es la certeza que tenemos para vivir intensamente y llegar a la meta de nuestra salvación.
Apreciables lectores, mis deseos para que la Semana Santa y de Pascua, a través de los textos y de los ritos que nos propone la iglesia, sea un espacio para enraizar nuestra fe en el Dios que nos llama a reconocer la cruz, haciendo de ella la llave o la clave de la verdadera felicidad, tanto en el más allá, como en el más acá.
FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.











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