viernes, 15 de febrero de 2013

Los Cristeros del Volcán de Colima, Libro Primero

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA, Libro Primero; SE DESATA EL HURACÁN

Capítulo primero; Colima, el teatro de los hechos de que se va a hablar, cuna de confesores y mártires, es uno de los más pequeños Estados de la República mexicana. 
Está colocado en el occidente, bañado por las aguas del mar Pacífico.
Su clima generalmente es cálido, mas no en extremo, teniendo, sin embargo, regiones de un fresco agradabilísimo y aun de un frío intenso;  de floridos valles, la otra está formada por altas montañas cubiertas de laureles, encinos y pinares, y cuyas altas cimas tocan los cielos.
Al norte del Estado está el majestuoso coloso del occidente de México -el Volcán de Colima- cuyas bases están revestidas con frondosísimos bosques, en tiempo del Movimiento Cristero casi vírgenes, y cuyo cono gigantesco está formado por arenas, cenizas y peñascos fundidos.
Los valles colimenses están cubiertos de palmeras que mece suavemente una aura perfumada y tibia. Hay grandes bosques de cafeteros y platanares, y extensos y hermosísimos maizales cada vez que llega el temporal de lluvias, cuyo verde oscuro forma un bello y armónico cuadro con el verde luminoso de los arrozales y cañaverales que no escasean. Los panoramas de aquella tierra -dice el escritor Dr. Miguel Galindo- tienen algo particular, algo propio que no se encuentra en otras partes: la luz es el factor general de la belleza y del encanto de aquella región. Las nubes sangrientas del ocaso en Colima no presentan propiamente el color de sangre, porque les sobra brillo: su rojo es brillante, como el rojo del metal bruñido. Lo mismo pasa con los otros colores: el zafiro de los volcanes, la plata de sus cumbres, la esmeralda de sus campos y los rubíes y topacios de sus florestas, presentan una luminosidad digna del canto de los poetas y de la admiración de todos.
LA CIUDAD DE LAS PALMERAS
En los años de que en esta narración histórica se habla, debido a mil calamidades que nos azotaron, entre ellas la falta de garantías, no sólo con relación a la industria y al trabajo, sino aun a la propia vida, distaban mucho de llegar a 100,000 los habitantes del Estado, de los cuales, apenas si la tercera parte vivía en Colima, su capital. Sus casas generalmente son bajas, de un solo piso, bien ventiladas; casi todas tienen su patio interior con sus arbustos frutales y sus flores y, en gran número de ellas, sus esbeltas y gigantescas palmeras, de donde ha venido a Colima el bello nombre de Ciudad de la Palmeras.
Las fachadas de las casas son limpias y pintadas con colores claros. No hay en Colima callejones torcidos, estrechos y sucios. Sus habitantes, generalmente vivaces, francos y sencillos.
Esta hermosa cualidad ha ido disminuyendo con los años. Los antiguos hijos de Colima eran de una característica bondad; hospitalarios, sencillos, y de muy cristiana honradez. Hoy, las nuevas generaciones han perdido mucho de aquella sencillez y bondad; sin embargo, todavía se conservan numerosas familias en donde padres e hijos guardan, con toda integridad, el depósito santo de aquel espíritu de antaño.
El pueblo, aún hoy, en su generalidad, es muy cristiano: al sacerdote se le ve con reverencia: los niños y los viejos se quitan atentos el sombrero cuando lo ven pasar, y todos, tanto las mujeres como los hombres, al saludarlo, Este espíritu religioso, en donde se encuentra aún puro y férvido, es en los hijos de las rancherías de las faldas del volcán; allí se encuentra una fe, una piedad y una sencillez de vida, inmejorables.

El entonces Obispo de la Diócesis, el Excmo. y Revmo. Sr. Dr. D. José Amador Velasco, era un anciano venerable, el mayor de edad -por aquellos días- del Episcopado Mexicano; nativo de Villa de Purificación, de la misma Diócesis de Calima, humilde y recto como todos los antiguos cristianos colimenses; rectitud heroica que brilló con magnitud de sol en medio de la persecución sectaria. Fue el Cuarto Obispo de Colima, Diócesis que fue erigida por su Santidad León XIII, el 11 de diciembre de 1881. CONTINUARÁ...




























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